Glender, el buscador. Relato de las dos razas
cuando el sol somnoliento
desciende hacia su cama
para descansar.
Creció feliz, hermoso, bello
como los de su raza
en su pecho la hermosa flor
de la vida, latía con más fuerza
que en ninguno de sus hermanos.
Sus ojos almendrados
observaban con curiosidad
todo ser que vivía a su alrededor.
Poco a poco crecía en vida
en hermosura. Su don,
componer canciones, versos y poemas.
Mientras el crecía en ese don
sus congéneres se encogían
ante sus ojos llenos de vida.
Se marchitaban como los arboles viejos
a los que tanto admiraban.
Busco, pregunto a los suyos
vago por sendas desconocidas
descubrió la tristeza de los corazones
olvidados por tantas cosas creadas
tanta hermosura dada al mundo.
Pero ellos no poseían
lo que los seres que lo habitaban.
En algún lugar habían olvidado
su corazón.
El sol se desperezaba del largo sueño
cuando abandono su casa
su compañera y su vida
para buscar el remedio de su enfermedad.
Su amada lloraba cuando lo vio partir
los pájaros le acompañaban
con su canto y el viento
lo empujaba suavemente
apartándolo rápidamente y sin dolor
de los suyos.
Sus pies surcaban sendas
secretas que solo ellos conocían.
Sus ojos observaban los rincones
oscuros y lóbregos del mundo
buscando algún rastro.
El viento le traía el lamento
de su amada. Rogándole
que volviera cuanto antes.
El viento le llenaba los oídos
de las voces del bosque
voces que siempre habían estado
desde los principios del mundo.
Se sentó a descansar a la orilla
de un riachuelo que ruidoso
y alegre, como los jóvenes
cuando pasan a tu lado.
Se deslizaba delante de él
fresco y transparente.
Bebió y comió en ese lugar
protegiéndose del sol
que en ese día estaba peleón.
Escuchando las voces del bosque
se quedó dormido.
en su descanso.
Abrió los ojos y ante ellos
dándole la espalda un ser pálido
de blancas vestiduras observaba el riachuelo
sus ojos claros, casi blancos
observaban los saltos y revueltas
que daba el agua.
Se volvió al escuchar que se movía.
Sonrió. Mostrando unos dientes
de un blanco inmaculado.
Por fin has despertado.
Le dijo. Tenía miedo
de haber cantado demasiado.
Mi nombre es Rayo de luz.
Se presentó. Glender es el mío.
Le dijo el elfo tendiéndole la mano.
Rayo de Luna la observó con curiosidad
y tendió la suya. Estaba tibia.
Glender supo toda la historia de aquel ser
en el mismo instante que sus manos se tocaron.
Lo que tu buscas, ya lo hicieron
otros antes que tú.
No lo encontraras en el exterior
si no en tu interior.
A través de tu don, algo que muy pocos
poseen. Ya has observado y visto
cuanto hay en el mundo
lo bueno y lo malo. Ahora
debes unirlo todo y encontrar tu camino.
Glender intentaba asimilar aquellas palabras
¿Los demás lo consiguieron? Pregunto.
Rayo de luz lo miró unos instantes
antes de contestar. Los que lo consiguieron
se debió principalmente por su raza.
Cada una tiene unas propiedades
y cualidades.
Rayo de sol se quedó un rato más con él
Y después se marchó. Simplemente desapareció.
Glender desando el camino andado.
Se cobijó bajo árboles, escuchó
el murmullo de sus hojas al mecerse
por el viento.
Su amada se echó a sus brazos cuando
lo vio. Lo abrazó
y lloró feliz.
Glender la abrazó estaba feliz de volver
de estar con los suyos.
Al poco se celebró la fiesta de la primavera
Glender había compuesto una balada.
Con una simple guitarra
cantó de pie en medio del escenario
para los suyos.
Su voz sonaba suave al principio
luego fue cogiendo fuerza, empuje
como si tuviera vida propia
y esa vida se enrollase en los corazones
de los suyos, llenándolos de amor a la vida,
esa vida que bullía a su alrededor.
Descubrieron los colores de la naturaleza
escucharon el viento y su voz
y atraves de él, descubrieron
las voces del bosque.
Formaban parte de todo aquello.
El amor a la vida y a sí mismos
les llenó el corazón.
Su mente se abrió. Ahora comprendían
Glender seguía cantando
con la guitarra en sus manos.
Su amada se unió a él en el escenario
sus voces se unieron enredándose
jugando la una con la otra
buscándose como antiguos amantes
que se reencontraban, llenando
la canción de matices nuevos.
Poco a poco todos los presentes
se unieron a la canción.
Sus voces formaban un coro perfecto.
Con cada tono el canto se enriquecía
siendo el mismo, fuente de vida.
Como la vida que bullía a su alrededor
llena de matices y tan dispar
la una de la otra, que era
una maravillosa unidad.
Los corazones marchitos
se llenaron de gozo y vida
ya no estaban solos
eran una unidad.
Se miraron los unos a los otros
como si nunca se hubieron visto.
Desde ese día la raza hermosa
se hizo más hermosa
al comprender cuál era el secreto
de la vida que llenaba su mundo
y del cual ellos eran los guardianes.
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